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ISSN 1989-4163

NUMERO 95 - SEPTIEMBRE 2018

Veinte Kilos Atrás

Rocío Prieto

La primera vez que la vi fue la tarde de ese 16 septiembre en la kermesse escolar. Lucia su vestido de Adelita, sus trenzas falsas y esos labios rojos, en sus dientes un poco de pintura labial. El maquillaje de sus ojos se miraba grotesco. Muy mona se contoneaba de un lado para otro. Mientras que la mujer a mi lado vestía en color rosa, con la falda sesgada en el muslo derecho, con una blusa color marrón, haciendo juego con sus cabellos peinados de lado. Me sentía feliz de que ella y no la otra estuviera conmigo. Corrí al puesto de los tamales y me compré uno, las hojas bien envueltas me hacían desesperar. La mujer a mi lado me ayudó a retirarlas, y me veía con tal amor que derretía a cualquier hombre. Los minutos pasaron, los concurrentes a esa kermes se empezaron a disipar, mientras que yo intrigado por la mujer del vestido de colores no dejaba de mirarla.

Ese fue mi primer encuentro con ella. A los años la volví a mirar de nuevo en otro evento escolar. Ahora lucia unos jeans medio apretados, zapatillas altas, como toda una equilibrista; el labial manchando sus dientes. Los concurrentes al festejo se deshacían en aplausos. En las mesas unos arreglos de flores de papel y la mujer a mi lado con lágrimas en sus ojos me miraba. Cuando me nombraron las autoridades escolares, me paré seguro y fui caminando hasta la mesa del presídium, ahí la vi más de frente. La mujer de jeans me sonreía y su imagen quedó incrustada en mi mente.

Años más tarde acompañé a la mujer que siempre estaba a mi lado, y cual fue mi sorpresa, que ahí estaba la mujer con los dientes pintados de nuevo. Sólo que está vez lo único que traía puesto eran sus zapatillas altas, y en su mano esa copa de vino. Movía el cabello, estaba posando en una clase de dibujo; la mujer que siempre me acompaña, sonreía sarcástica mientras los demás concurrentes, al igual que yo, intentábamos trazar con nuestros lápices algunos bocetos de aquel cuerpo, algo delgado. Todo era silencio y yo no dejaba de mirarla. Era tan grotesco ver su labial color rojo entre sus dientes.

Hoy, mientras abordaba mi transporte, la he vuelto a ver. Se sube al camión tambaleándose con las mismas gastadas zapatillas altas, sus mallas de colores, los dientes pintados de nuevo, y para colmo, con veinte kilos de más. La mujer que siempre me acompaña se ha quedado en casa, mientras un par de recuerdos pasan por mi mente al verla. Ella me aborda...

- Salúdame a tu mamá, Fernando.

 


Veinte kilos atrás

 

 

 

 

 

 
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